sábado, 24 de junio de 2017

MI ABUELO



- ¡Margarita! ¡Margarita! ¡Papá se ha caído! 

Mi tía Julia entró corriendo a mi casa mientras llamaba a gritos a mi mamá. Mi mamá dejó lo que estaba haciendo y casi al instante partió corriendo con mi tía. Las dos estaban llorando.  
Mi hermana y yo habíamos estado jugando en la puerta de la casa y vimos y oímos todo. Nos quedamos muy asustadas con lo que había pasado. Estábamos de vacaciones del colegio y nos pasábamos el día entero jugando y paseando por el pueblo. 
José Riera con Doña Virginia y con sus hijos Margarita,
 Julia , Ricardo y sus nietas América Lina y Alba Virginia.
 Éramos chicas, pero entendimos que mi abuelo se había caído y que debía ser algo muy grave. Nunca habíamos visto a mi tía Julia corriendo y gritando así. Tampoco habíamos visto nunca llorar a mi mamá. Si lo pensábamos bien, creo que era la primera vez que veíamos llorar a un grande. 

Mi abuelo era alguien muy especial para nosotras. Hablaba diferente porque no era peruano, era español, de Cataluña. Todo el tiempo estaba en sus obras de construcción. Caminaba siempre con su sombrero de paja y un metro plegadizo en el bolsillo trasero del pantalón. Me encantaba quedarme mirando las gradas de la iglesia donde estaba escrito su nombre y la palabra "arquitecto".Sonaba importante. 

Era un hombre muy serio, de pocas palabras. A pesar de eso, era muy cariñoso con nosotras dos y con sus demás nietos, que llegaron después que nosotras. Cuando nos veía venir caminando por las calles de mi pueblo, nos hacía señas y nos tomaba de la mano. Era una delicia ir por la calle a su lado, me encantaba ver que todos lo saludaban con respeto. Le trataban de usted, yo le decía abuelito. Así, de su mano, nos íbamos a tomar una gaseosa o algún dulcecito que nos invitaba. Nosotras, felices. 
 Ese día de la caída, mi mamá regresó a casa ya de nochenos contó que mi abuelo se había caído cuando revisaba el techo de un hospital que estaba construyendo. Un obrero que sujetaba la escalera se descuidó. Fue una caída grave, le pusieron yeso del cuello a la cintura, que llevó durante varios meses. Después de eso, tuvo que caminar apoyado en un bastón. 
 Mi abuelo se recuperó y continuó trabajando.  

Han pasado muchos años y su recuerdo sigue, como su nombre escrito en las gradas de la Iglesia de mi pueblo. 

América Lina Orbe Riera

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